jueves, 5 de abril de 2007

Su corazón, un pájaro escarlata

Desde hace algunos años mi primo me lee poesía, así me introdujo en el mundo de Ezra Pound, Cavafis, Vicente Aleixandre y Galway Kinnell. Pero también me presentó algunos de sus colegas en la Fundación para las Letras Mexicanas: Gabriela Aguirre, Óscar de Pablo, Eduardo Saravia, Cristian Peña, Mijail y también a sus maestros Langagne, del Toro, Verónica Volkov.
Por desgracia en los dos últimos años sólo nos vemos entre una y dos de la mañana, hora en la que no estoy muy en mis cabales para escuchar poesía (si de por sí).
Hace poco me escabullí en su territorio y sustraje (en forma de préstamo, aclaro) algunos de sus libros de poesía, entre ellos Sonata para manos sucias de Óscar de Pablo, que ya me había leído.

Hace unos días lo leí otra vez (o tal vez fué la primera vez en realidad) y lloré.

Conocía a Óscar de Pablo por una amistad en común, pero nunca hablamos mucho. También lo ví algunas veces en la Facultad de Ciencias de la UNAM esperando para dar una conferencia o repartiendo periódicos de la Liga Espartaquista. Siempre escuché que tenía fuertes convicciones, no me imaginaba que tanto. La última vez que lo ví hace dos años me puso en mi lugar, tenía poco de leer La condición humana y pensaba que Malraux era del grupo de izquierda que no se hizo de la vista gorda con el régimen Stanlinista y con la masacre de obreros en España. No, me dijo. Yo lo miré con sospecha, nunca es fácil que golpen a tus ídolos. Ahora entiendo lo mucho que conoce esa historia. Sonata para manos sucias esta dedicado a ese triste momento durante la Guerra Civil en la que los obreros en Barcelona fueron perseguidos y asesinados no por Franco, sino por sus propios camaradas de partido.


cantaré de las balas
que vinieron del lado equivocado,

de ésa la Telefónica tomada,
de los obreros muertos,

en fin, de los sucesos
del año 37 en Barcelona?

Hace tiempo que no sentía ese dolor de impotencia por las injusticias pasadas, presentes. A veces la mente se anestesia, este poema me despertó.
Me recuerda mucho ese poema de Miguel Hernandez Niño Yuntero que casi me sé de memoria:

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Para terminar, aunque me gustaría reproducir el libro completo de Sonata para manos sucias, dos poemas más:

(2 de octubre de 1999, unam)
exijo una asamble para los muertos
rumorosa voraz interminable
una asamblea que llene varias noches
donde los muertos vayan y regresen
en lentos y felices intervalos
que jueguen al futbol que se desnuden
que reclamen sus baños y sus parques
que se toquen a solas o en parejas
y que luego regresen a sus sillas
a seguir descutiendo a voz en cuello
exijo una asamble para los muertos
donde reine el disenso el griterío
donde resueltamente se resuelva
cómo y en quién habremos de vengarlos



Su corazón, un pájaro escarlata
Sin linaje ni escudero, pero arrojado en arrojo,
sobre un corcel raudo y rojo, marcha el joven caballero.
Rojo su yelmo de acero, rojo su escudo maltrecho,
frente a la muerte al acecho, libera el mundo cautivo.
un jilguero rojo vivo le canta dentro del pecho.

Desafiando el vencimiento, color rojo sobre rojo,
son llamaradas al ojo sus banderas en el viento.
Solo con su entendimiento, adolescente y guerrero,
es puro como el acero con que hiere y con que mata,
como el pájaro escarlata que canta su romancero.

¿Sin perlas y sin carey, por qué cabalga sin silla,
y por qué no se arrodilla ni ante el Papa ni ante el rey?
¿Por qué le niega a la ley del reino su vasallaje,
si se rebaja ante el paje y ante el siervo es un sirviente,
por qué su altivo coraje ante el noble es insolente?

Brillándole en la armadura, ya dorada de tan roja,
tendrá el destino que escoja libremente su monutra.
La sombra larga y oscura del invencible jiniete,
alta como un minarete será un asalto rotundo
que a los tiranos del mundo embestirá como ariete.

Los tiranos de la tierra quiern comprarle al jilguero,
y al negarse el caballero, elige su propia guerra.
Hoy galopa por la sierra y con sus cascos retumba
un corazón donde zumba una ave roja y feliz:
La verdad es su país, la noche será su tumba.

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